La política es acción dirigida al poder. Es acción para alcanzar y mantenerse en el poder. En los sistemas democráticos aquella acción se lleva a cabo a través de medios democráticos pero, sobre todo, el poder se alcanza y se mantiene por el concurso de la voluntad de los electores. En los momentos de crisis como los actuales, se produce una contradicción entre la fuente y la finalidad democrática de la política y las medidas de reducción de los gastos que se deben afrontar para garantizar la sostenibilidad del Estado y, por consiguiente, la prestación de los servicios públicos esenciales en un Estado del bienestar como el nuestro. Esto obedece a la reducción del gasto no da votos, no es popular, no cuenta, por lo tanto, con el respaldo de los electores. Sin ese respaldo no hay política, pero si esa política de recortes no hay servicios para los ciudadanos. Es el conflicto entre los intereses a corto y a largo de los ciudadanos. A corto, los ciudadanos no quieren soportar más recortes, pero a largo, no quieren prescindir de los servicios de los que hoy disfruta. Encontrar un punto de equilibrio no es posible. Las perspectivas temporales a largo o muy largo plazo, incluso, de varios años, no forman parte del análisis político del ciudadano medio. Los políticos en el poder deberán confiar en que los ciudadanos, antes de las próximas elecciones, comiencen a ver los efectos positivos (respecto de la sostenibilidad del Estado) de los sacrificios que han debido asumir. ¿Qué sucede si los tiempos no coinciden? Se podría producir, lo que no es absurdo, que otra fuerza política, incluso, aquella que ha estado liderando el proceso imprescindible de reducción del gasto, sea la que obtenga el respaldo democrático que le permitirá gobernar cuando los efectos beneficiosos de estos recortes comienzan a manifestarse, aunque, con posterioridad a la celebración de las elecciones. En tal caso, impulsado por su éxito electoral, la nueva y crítica fuerza gobernante, volverá a aplicar una política expansiva que, con el tiempo, volverá a poner en riesgo la sostenibilidad del Estado. La política, en las sociedades democráticas, es como el sudario que teje y desteje Penélope. El sudario de la expansión y de la contracción del gasto. Es imprescindible que los ciudadanos aprendan que el dinero público no es infinito y que, como hacen todas las familias, se debe administrar con cabeza para garantizar el pago de los servicios que nos resultan imprescindibles.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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