Hace 39 años, un 6 de noviembre de 1975, se iniciaba la denominada “Marcha verde”. Unos 350.000 marroquíes, con la asistencia del ejercito de Marruecos, y bajo la dirección del entonces Rey, Hasan II, forzaron al Estado español a la entrega del que había sido la colonia del Sahara español, a costa de sacrificar el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación, reconocido por la Resolución 3458 B del 10 de diciembre de 1975 de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
¿Por qué fue posible? La respuesta es unánime. La debilidad del Estado español. El fin del régimen. La enfermedad del dictador. La ilegitimidad del Estado. No tenía capacidad jurídica, ni política, para imponer la legalidad, ni la del Derecho internacional. El empuje de unas cientos de miles de personas consiguieron demostrar, ante el mundo, que el Estado español era una mera fachada, un tigre de papel que, con un soplo, caía.
El Estado necesita de la sangre y del corazón ciudadano; de la democracia. El Estado democrático de Derecho no sólo tiene leyes para defenderse. Tiene, algo más importante: la legitimidad de ser la forma de Estado en la que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado”, como proclama el artículo 1.2 de la Constitución.
El Estado está atravesando, en los momentos presentes de la Historia de España, uno de sus episodios más complicados. Por un lado, una crisis de legitimidad brutal, derivada de la corrupción. Cada día que pasa, más y más casos se van sumando. La sospecha se va extendiendo. Un directivo de una de las empresas implicadas en los casos de corrupción surgidos en Madrid, afirmaba que "no hay adjudicación en ningún Ayuntamiento que no pase por esto". El grado de preocupación social se pone de manifiesto en el último Barómetro del CIS: el 42,3% de los encuestados considera a la corrupción como uno de los grandes problemas de España. Cuando ese problema afecta tanto a unos partidos como a otros, ¿cómo nos puede sorprender que suba la intención de voto a favor de aquel partido que se presenta como la respuesta a la corrupción y que no tiene las manos manchadas? Lo extraordinario sería lo contrario. Y, por otro, el desafío secesionista del nacionalismo catalán.
El que los nacionalistas catalanes organicen el día 9 de noviembre una fiesta, una manifestación, una encuesta, una algarada, una sardana masiva, … lo que quieran, me resulta irrelevante. Mejor para ellos. Creo que cuanto más felices sean las personas, menos oportunidad dejarán a la maldad. En cambio, si lo que han organizado es un reto al Estado democrático de Derecho, incumpliendo la Constitución, las Leyes y las Sentencias, entramos en otro territorio.
Este domingo asistiremos a una demonstración de fuerza. La movilización de cientos de miles de personas, impulsadas por el mantra, repetido hasta la saciedad, por los medios de comunicación públicos y afines. España nos roba; Cataluña da más de lo que recibe. Faltaría más. Lo contrario sería una aberración. Si aplicásemos ese mismo criterio a más ámbitos, ya se imagina el lector qué es lo que sucedería: las rentas altas tendrían todo el derecho a no pagar impuestos, ellos sí que reciben menos de lo que aportan. Es la lógica perversa de haber creado un nuevo sujeto, el pueblo, el pueblo de Cataluña, con derechos propios, más importantes que los de los individuos. Con capacidad para triturarlos o desconocerlos. Éstos son meros rehenes al servicio de aquel sujeto. ¿Cómo nos puede sorprender que, en el contexto de esta fe o religión, los sumos sacerdotes, asumiendo el rol redentor que les corresponde, llamen al sacrificio cuando se trata de alcanzar el paraíso nacional? No nos puede extrañar.
Lo que me preocupa, como ciudadano español, es cuál ha de ser la reacción del Estado democrático de Derecho. Tiene la legitimidad jurídica, pero la política se ha dilapidado en estos años. Los dos partidos mayoritarios están enfangados en los escándalos. Y, a pesar de que es público y notorio que es así, siguen actuando como si los únicos corruptos fueran los otros. No se dan cuenta de que están haciendo el ridículo ante los ojos de la mayoría.
Es imprescindible re-capitalizar políticamente al Estado, no porque sea el Estado, sino porque es el único garante de las libertades individuales frente a las amenazas que hoy nos apremian. El fenómeno Podemos tiene relevancia, no por lo que son o representan, sino por el contexto en el que hace acto de presencia. Formaciones políticas que han planteado el mismo o parecido programa político siempre han existido en nuestra democracia. La única diferencia es la debilidad del Estado. Una debilidad, inducida por los errores de los partidos que se han alternado en el disfrute del poder, y nunca mejor dicho. Lo han ordeñado para extraer la renta para el partido y para el político correspondiente.
Los ciudadanos están mandando un mensaje claro: o se cambia por las buenas o por las malas. El cambio es inevitable. La regeneración de la democracia es imprescindible. Y se llevará a cabo, les guste o no les guste a los gerifaltes del poder. Al menos, el fenómeno Podemos ha tenido la inmensa virtud de encender las luces rojas para alertar de la necesidad de los cambios. El Estado democrático de Derecho tiene mecanismos y legitimidad, debilitada, pero aún la conserva, para adoptar las reformas imprescindibles que España necesita. Las alarmas han saltado, pero todavía no hemos llegado a la situación de “no-retorno”. Aún hay tiempo.
El mantenimiento de la imputación de Dña. Cristina de Borbón y Grecia es un buen ejemplo. El Poder Judicial ha mandado un mensaje claro: la Justicia es igual para todos. Y, en este momento, la ejemplaridad es esencial. La de todas las autoridades y la del Estado mismo. No por el hecho en sí, sino porque es el camino imprescindible para recapitalizar al Estado. Insuflarle fortaleza, la que hará posible que mantenga el pulso firme en la ejecución de las medidas que exigen los retos del momento presente.
El día 9 de noviembre asistiremos a un espectáculo de masas. Incluso, entrará en el Libro Guinness de los Records. Y con todo merecimiento. Habrá mesas, urnas, papeletas, votantes, … muchos votantes, recuento de votos, proclamación de resultados, … euforia, mucha euforia. “Hemos ganado”. Han ganado … ¿Y qué? Cientos de miles de papeletas habrán proclamado ¿el qué? ¿Qué es un Estado, que es un medio Estado, que es una finca, que es el qué? Nada. No tiene ni legitimidad jurídica ni política. No tiene legitimidad democrática porque no es expresión de la democracia. Hemos sabido que hasta el Pato Donald se ha registrado para poder votar. Y seguro habrá votado una y mil veces. Nada ni nadie se lo impide. Es la máxima expresión de la democracia: ¡todo el mundo-mundial puede votar!, incluso el Pato Donald.
A partir del día 9 comienzan los problemas. El problema. Comenzará la carrera, alentada por la euforia del momento, hacia la declaración unilateral de independencia. Con unas elecciones plebiscitarias o, sin elecciones, qué más da. Total, se sienten ganadores. Han ganado y siempre ganarán. Nada ni nadie se lo impide.
La paradoja del momento presente es que coinciden al mismo tiempo dos procesos históricos: por un lado, la de la debilidad democrática, y, por otro, la de la disgregación antidemocrática. Podría parecer que son dos procesos distintos. Es el mismo proceso. España necesita refundar su democracia haciendo frente a todos aquellos que quieren ponerle fin. La marcha verde nos enseñó una lección histórica que no podemos olvidar: la debilidad del Estado sólo conduce a que los malos ganen. Y que lo hagan en contra del Derecho y de la democracia. El Estado no puede mirar hacia otro lado. No puede marcar una frontera, un campo de minas que los enemigos no pueden cruzar, esperando que se retiren. No puede permanecer impasible frente al engaño, la mentira, la deslealtad y la traición. No. Esta estrategia sólo consigue señalar la certidumbre de la derrota. No puede entregar el respeto al Derecho a la libre voluntad de aquellos que no quieren cumplirlo. La regeneración democrática no la pueden hacer los antidemócratas ni los disgregadores. Menos cortoplacismo onanista y miope y más grandeza, incluso, en los sacrificios. Nos jugamos mucho. Una nueva marcha llama a las puertas de la Historia.
(Expansión, 08/11/2014)
¿Por qué fue posible? La respuesta es unánime. La debilidad del Estado español. El fin del régimen. La enfermedad del dictador. La ilegitimidad del Estado. No tenía capacidad jurídica, ni política, para imponer la legalidad, ni la del Derecho internacional. El empuje de unas cientos de miles de personas consiguieron demostrar, ante el mundo, que el Estado español era una mera fachada, un tigre de papel que, con un soplo, caía.
El Estado necesita de la sangre y del corazón ciudadano; de la democracia. El Estado democrático de Derecho no sólo tiene leyes para defenderse. Tiene, algo más importante: la legitimidad de ser la forma de Estado en la que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado”, como proclama el artículo 1.2 de la Constitución.
El Estado está atravesando, en los momentos presentes de la Historia de España, uno de sus episodios más complicados. Por un lado, una crisis de legitimidad brutal, derivada de la corrupción. Cada día que pasa, más y más casos se van sumando. La sospecha se va extendiendo. Un directivo de una de las empresas implicadas en los casos de corrupción surgidos en Madrid, afirmaba que "no hay adjudicación en ningún Ayuntamiento que no pase por esto". El grado de preocupación social se pone de manifiesto en el último Barómetro del CIS: el 42,3% de los encuestados considera a la corrupción como uno de los grandes problemas de España. Cuando ese problema afecta tanto a unos partidos como a otros, ¿cómo nos puede sorprender que suba la intención de voto a favor de aquel partido que se presenta como la respuesta a la corrupción y que no tiene las manos manchadas? Lo extraordinario sería lo contrario. Y, por otro, el desafío secesionista del nacionalismo catalán.
El que los nacionalistas catalanes organicen el día 9 de noviembre una fiesta, una manifestación, una encuesta, una algarada, una sardana masiva, … lo que quieran, me resulta irrelevante. Mejor para ellos. Creo que cuanto más felices sean las personas, menos oportunidad dejarán a la maldad. En cambio, si lo que han organizado es un reto al Estado democrático de Derecho, incumpliendo la Constitución, las Leyes y las Sentencias, entramos en otro territorio.
Este domingo asistiremos a una demonstración de fuerza. La movilización de cientos de miles de personas, impulsadas por el mantra, repetido hasta la saciedad, por los medios de comunicación públicos y afines. España nos roba; Cataluña da más de lo que recibe. Faltaría más. Lo contrario sería una aberración. Si aplicásemos ese mismo criterio a más ámbitos, ya se imagina el lector qué es lo que sucedería: las rentas altas tendrían todo el derecho a no pagar impuestos, ellos sí que reciben menos de lo que aportan. Es la lógica perversa de haber creado un nuevo sujeto, el pueblo, el pueblo de Cataluña, con derechos propios, más importantes que los de los individuos. Con capacidad para triturarlos o desconocerlos. Éstos son meros rehenes al servicio de aquel sujeto. ¿Cómo nos puede sorprender que, en el contexto de esta fe o religión, los sumos sacerdotes, asumiendo el rol redentor que les corresponde, llamen al sacrificio cuando se trata de alcanzar el paraíso nacional? No nos puede extrañar.
Lo que me preocupa, como ciudadano español, es cuál ha de ser la reacción del Estado democrático de Derecho. Tiene la legitimidad jurídica, pero la política se ha dilapidado en estos años. Los dos partidos mayoritarios están enfangados en los escándalos. Y, a pesar de que es público y notorio que es así, siguen actuando como si los únicos corruptos fueran los otros. No se dan cuenta de que están haciendo el ridículo ante los ojos de la mayoría.
Es imprescindible re-capitalizar políticamente al Estado, no porque sea el Estado, sino porque es el único garante de las libertades individuales frente a las amenazas que hoy nos apremian. El fenómeno Podemos tiene relevancia, no por lo que son o representan, sino por el contexto en el que hace acto de presencia. Formaciones políticas que han planteado el mismo o parecido programa político siempre han existido en nuestra democracia. La única diferencia es la debilidad del Estado. Una debilidad, inducida por los errores de los partidos que se han alternado en el disfrute del poder, y nunca mejor dicho. Lo han ordeñado para extraer la renta para el partido y para el político correspondiente.
Los ciudadanos están mandando un mensaje claro: o se cambia por las buenas o por las malas. El cambio es inevitable. La regeneración de la democracia es imprescindible. Y se llevará a cabo, les guste o no les guste a los gerifaltes del poder. Al menos, el fenómeno Podemos ha tenido la inmensa virtud de encender las luces rojas para alertar de la necesidad de los cambios. El Estado democrático de Derecho tiene mecanismos y legitimidad, debilitada, pero aún la conserva, para adoptar las reformas imprescindibles que España necesita. Las alarmas han saltado, pero todavía no hemos llegado a la situación de “no-retorno”. Aún hay tiempo.
El mantenimiento de la imputación de Dña. Cristina de Borbón y Grecia es un buen ejemplo. El Poder Judicial ha mandado un mensaje claro: la Justicia es igual para todos. Y, en este momento, la ejemplaridad es esencial. La de todas las autoridades y la del Estado mismo. No por el hecho en sí, sino porque es el camino imprescindible para recapitalizar al Estado. Insuflarle fortaleza, la que hará posible que mantenga el pulso firme en la ejecución de las medidas que exigen los retos del momento presente.
El día 9 de noviembre asistiremos a un espectáculo de masas. Incluso, entrará en el Libro Guinness de los Records. Y con todo merecimiento. Habrá mesas, urnas, papeletas, votantes, … muchos votantes, recuento de votos, proclamación de resultados, … euforia, mucha euforia. “Hemos ganado”. Han ganado … ¿Y qué? Cientos de miles de papeletas habrán proclamado ¿el qué? ¿Qué es un Estado, que es un medio Estado, que es una finca, que es el qué? Nada. No tiene ni legitimidad jurídica ni política. No tiene legitimidad democrática porque no es expresión de la democracia. Hemos sabido que hasta el Pato Donald se ha registrado para poder votar. Y seguro habrá votado una y mil veces. Nada ni nadie se lo impide. Es la máxima expresión de la democracia: ¡todo el mundo-mundial puede votar!, incluso el Pato Donald.
A partir del día 9 comienzan los problemas. El problema. Comenzará la carrera, alentada por la euforia del momento, hacia la declaración unilateral de independencia. Con unas elecciones plebiscitarias o, sin elecciones, qué más da. Total, se sienten ganadores. Han ganado y siempre ganarán. Nada ni nadie se lo impide.
La paradoja del momento presente es que coinciden al mismo tiempo dos procesos históricos: por un lado, la de la debilidad democrática, y, por otro, la de la disgregación antidemocrática. Podría parecer que son dos procesos distintos. Es el mismo proceso. España necesita refundar su democracia haciendo frente a todos aquellos que quieren ponerle fin. La marcha verde nos enseñó una lección histórica que no podemos olvidar: la debilidad del Estado sólo conduce a que los malos ganen. Y que lo hagan en contra del Derecho y de la democracia. El Estado no puede mirar hacia otro lado. No puede marcar una frontera, un campo de minas que los enemigos no pueden cruzar, esperando que se retiren. No puede permanecer impasible frente al engaño, la mentira, la deslealtad y la traición. No. Esta estrategia sólo consigue señalar la certidumbre de la derrota. No puede entregar el respeto al Derecho a la libre voluntad de aquellos que no quieren cumplirlo. La regeneración democrática no la pueden hacer los antidemócratas ni los disgregadores. Menos cortoplacismo onanista y miope y más grandeza, incluso, en los sacrificios. Nos jugamos mucho. Una nueva marcha llama a las puertas de la Historia.
(Expansión, 08/11/2014)
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