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La prostitución de la palabra

"¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?" Este era el título de una famosa película española de los años 80 (dirigida por Manuel Gómez Pereira). Esa falta de claridad y de honestidad es uno de los rasgos del presente debate político que se vive en España. Las palabras están prostituidas para buscar la confusión y el engaño. Nadie habla con claridad. No sólo me refiero a que la palabra no se corresponde con los hechos (decir que se lucha contra la corrupción y proclamar, a continuación, el apoyo a un político cuyo comportamiento no ha sido, siendo benevolente, nada ejemplar), sino a la corrección del lenguaje. Los políticos no suelen hacer un uso correcto de las palabras. Es una estrategia política. Los juristas también utilizamos términos genéricos para cubrirnos ante la eventualidad de que la "otra tesis" sea la que, definitivamente, tenga su respaldo ante los Tribunales. Como el Derecho es una técnica social específica y la reflexión sobre el Derecho es argumentativa, perfectamente puede tener encaje tanto una tesis como la contraria. Sin embargo, en el momento presente se ha pasado de la falta de corrección a la confusión con la finalidad de engañar. El engaño es el rasgo, uno de ellos, sobresaliente de la política. Engañar. Engañar a unos y a otros. 

Los nacionalistas catalanes han convertido el engaño al Estado en una de las piezas básicas de su acción. En su caso, tiene una coherencia, incluso, ideológica. El nacionalismo es una ideología articulada a partir de la idea del "pueblo elegido". La nación es un pueblo elegido por la Historia, por Dios, o por lo que quieran. Y todo pueblo elegido tiene dos rasgos sobresalientes: (1) la superioridad de ser el "elegido" y (2) el martirio por ser, precisamente, el elegido. La arrogancia y el martirilogio están presentes en la ideología y en la política del nacionalismo. En el discurso de los nacionalistas catalanes es omnipresente. Ayer, durante la comparecencia del President Mas, se puso, una vez más, de manifiesto. Esa combinación entre arrogancia, descaro, desfachatez, chulería con la enumeración infinita de los agravios, muchos de ellos, fabulados, no es una originalidad de los nacionalistas catalanes. Es un rasgo del nacionalismo. El parentesco con el nacionalismo español franquista son evidentes. También este se construyó alrededor del mito de la gloria española, del designio divino, de la superioridad y de la consecuencia: la persecución, por supuesto, injusta de los demás. La leyenda negra era la consecuencia de la superioridad imperial española. El nacionalismo es así. Todo los nacionalismos. 

La superioridad y el martirio, la arrogancia y la innumerable relación de agravios, sólo pueden alentar, también, la prostitución de la palabra. Estas pierden su significado prístino para expresar otro.  Se habla de negociar, de la negociación permanente cuando se quiere imponer. Se habla de democracia cuando se infringe, incluso, escandalosamente, la Constitución, o sea, la norma fundamental que ha constituido el Estado democrático. Se habla de derecho a decidir cuando se quiere independizar porque ya se ha decidido. Se dice libertad cuando se practica la ilegalidad sonrojante. Se habla de Derecho cuando se practica la política más burda como cuando, por ejemplo, se interponen recursos y más recursos disparatados que sólo la contención del TS le impide calificarlos como realmente se merecen. Considerar que es un abuso de Derecho interponer un recurso ante el Tribunal Constitucional que, además, este admite, es una calificación que deberían producir sonrojo a sus autores en paralelo a la hilaridad que nos produce a todos los demás. Y, por último, proponer la Federación cuando se trata de una Confederación. Esta confusión es interesante. Se presenta como la gran alternativa a la situación actual. Es otra muestra de la falta, intencionada, de claridad. Si se quiere reformar el Estado en clave federal como Estados Unidos y Alemania, estos dos modelos se basa en una idea central: la igualdad de todos los Estados. No hay ninguna singularidad en ninguna de las dos normas constitucionales de uno y de otro. ¿Realmente se piensa que esta igualdad sin singularidad alguna es la "solución"? ¿Estarían, por ejemplo, los socialistas catalanes dispuestos a aceptar una reforma federal al modo norteamericano y alemán sin singularidad para nadie y, en particular, para Cataluña? La respuesta es no. Sabemos que no. La cuestión no es el cómo queda la organización territorial de todo el Estado, sino si tal organización recoge la singularidad catalana. Esta es la cuestión. Pero como no es muy "popular" entre los votantes, se camufla tras una reforma federal cuando lo que se quiere decir y proponer es una confederación, al menos, con Cataluña. 

En definitiva, el debate político en España se abusa del camuflaje de la palabra para hurtar un debate claro y sincero. El miedo al ciudadano conduce a una operación masiva de engaño. ¿Cómo no vamos a estar indignados con el sistema político y los partidos cuando nos tratan como imbéciles? 

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