El informe especial publicado en The Economist no dice nada nuevo. Nada que ya no supieramos desde hace años: el Estado es importante, precisamente porque lo es, debemos preocuparnos que haga lo que debe hacer bien, o sea, de manera eficaz y eficiente. Lo novedoso es el momento. La crisis económica ha reivindicado el papel del Estado. Este ofrece seguridad pero, sobre todo, una cartera aparentemente ilimitada. En el ámbito de la Unión y la globalización, la disposición de recursos ha perdido su infinitud pero sigue siendo importante pero con penalización. La globalización ha creado, por fin, un mecanismo de castigo a los Estados que hacen mal las cosas. Un sistema de castigo que podrá ser mejorable e, incluso, tachado de injusto, pero existe y manda señales que algunos, como el nuestro, han interpretado en la dirección correcta. El Estado es importante, por lo que debe ser eficaz y eficiente, este es el aspecto central de la reflexión presente. Ahora bien, la cuestión sigue siendo el cómo se alcanza estos desideratum. Algunos reflexionan, ingenuamente, que se puede encontrar el mecanismo ideal para conseguirlo. No pertenezco a este grupo. No soy ingenuo y aún recuerdo todos los intentos del pasado. El Estado es, esencialmente, un mecanismo ineficiente e ineficaz. Es su destino. No puede serlo de otra manera. Podrá mejorar, no lo pongo el duda, pero las restricciones bajo las que trabaja, algunas de ellas imprescindibles, lo condena a cierto grado de ineficiencia e ineficacia. Siendo esto así, nos queda, por un lado, la resignación crítica y, por otro, la restricción máxima de qué es lo que queremos que el Estado haga. El Estado debe hacer cosas muy importantes pero pocas. Y cuando haga algo, que lo haga bajo el peso de la crítica de que arrastra aquella ineficiencia que debe ser combatida con todos los medios pero siendo conscientes de que el margen de mejora es pequeño. El Estado vuelve al centro de la actualidad e, incluso, alguno creen que puede ser domesticado. Vano empeño. El Estado no puede ser domesticado porque ya lo está y, además, mucho. Esta domesticación le resta la fiereza que se necesita para afrontar ciertos retos. Los mercados no están llenos de perritos domesticados sino de perros luchadores que compitiendo ganan. Y el Estado nunca podrá ser uno de estos. Es estructural y funcionalmente imposible.
A special report on the future of the state: Taming Leviathan | The Economist
A special report on the future of the state: Taming Leviathan | The Economist
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