El bienestar de los pueblos o la felicidad de los pueblos siempre ha sido considerado como el objetivo esencial del Estado. La felicidad de los súbditos proclamaba el monarca como seña de identidad de su gobierno. Ahora se cuestiona el cómo medir esa felicidad. No parece que sea fácil e, incluso, podría considerarse que incluso obteniéndose un cálculo numérico, no se podría establecer ninguna directriz de la acción de gobierno. La felicidad no sólo es subjetiva sino, precisamente por aquella subjetividad, cambiante. No suele estar relacionada con ciertas condiciones materiales. Es conocido que personas que tiene poco o nada son más felices que los que tiene mucho o muchísimo. Más relevante es el factor del cambio, la variabilidad. Hoy nos sentimos felices pero puede que mañana nos sintamos infelices. Es posible que el ligero zumbido de un problema haya arrumbado las barreras que protegían nuestra felicidad. Es posible que el ligero zumbido de una eventual noticia feliz, una eventual ganancia, nos devuelva al esplendor del paraíso. Me parece interesante que se intente establecer esta variable, junto con otras, para medir la acción del gobierno. El Estado debe velar y aspirar al bienestar de los ciudadanos. Debe hacer teniendo en cuenta la referencia temporal: de nada sirve la felicidad de hoy sobre la base del infierno de mañana. Tampoco vale la felicidad de las generaciones presentes sobre la base de la tristeza de las generaciones futuras. Enriquecer los parámetros de la acción estatal es bueno pero me parece muy equivocado elevar estos nuevos parámetros a criterios absolutos de medición de éxitos y fracasos. Sería como confiar en la veleta la dirección de la acción política.
The Debate Over Happiness Measures in U.K. and Beyond - The Numbers Guy - WSJ
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