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Grecia, bien lejos


Grecia, el escenario de la última gran batalla por Europa y de Europa. Un nuevo episodio de las Guerras Médicas. La civilización contra la barbarie. Hoy tiene otros nombres. El resultado es el mismo. ¿Cómo se ha de construir Europa? No me refiero a la austeridad o a la expansión monetaria. Es una batalla económica que, después del manguerazo, el bazuca, del Banco Central Europeo, parece claro qué es lo que ha ganado. Me refiero a otra vertiente, tal vez secundaria, de esa cruenta batalla por la edificación de Europa. Me refiere a los valores constitucionales.

Solemos vanagloriarnos de la Unión Europea y de lo que significa. Pero no deja de ser una organización internacional a la que aún le queda mucho, muchísimo, para alcanzar la comunidad de valores que nos podría identificar como unión. Es una Unión en proyecto de serlo. La lectura de la Constitución griega de 1975, reformada en varias ocasiones, la última en el año 2008, nos ofrece una representación del camino que aún nos queda por recorrer. Dos breves pinceladas. Por un lado, sorprende que comience hablando de la Santísima Trinidad, “consustancial e indivisible”. En su nombre, el Parlamento ha votado la Constitución. Y, continúa el artículo 3 afirmando que “la religión dominante en Grecia es la de la iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo. La Iglesia Ortodoxa de Grecia, que reconoce como cabeza a Nuestro Señor Jesucristo, está indisolublemente unida, en cuanto al dogma, a la Gran Iglesia de Constantinopla y a las demás Iglesias Cristianas homodoxas, observando inmutablemente, como las demás iglesias, los santos cánones apostólicos y sinódicos, así como las tradiciones sagradas”. Y concluye “el texto de las Sagradas Escrituras es inalterable, y queda prohibida su traducción oficial en otra forma de lenguaje sin previo consentimiento de la Iglesia autocéfala de Constantinopla.” Se podría entender que es el tributo a la tradición. A la cultura. El artículo 22 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión consagra, en cambio, la diversidad religiosa. No quiero decir que en Grecia no se respete esta diversidad, derivada de la libertad religiosa (artículo 13), pero no la hay entre iguales, puesto que a una se le reconoce la condición de dominante.

Y, por otro, llama la atención la ausencia de una lista de deberes ciudadanos. No quiere decir nada. Hay otras Constituciones que no la incluyen. Sin embargo, me parece ilustrativo que no se recoja un deber que es esencial para el funcionamiento del Estado democrático de Derecho: el deber de pagar tributos. Sólo un genérico “el Estado tiene derecho a exigir que todos los ciudadanos cumplan su obligación de solidaridad social y nacional” (art. 25.4). Ningún detalle más. Cuando es muy minuciosa en muchas cosas, como por ejemplo, para fijar el importe de las indemnizaciones en caso de expropiación (art. 17), el derecho de los funcionarios a los aumentos de sueldo (art. 103), las incompatibilidades de los diputados (art. 56), que tienen un plazo de 8 horas para elegir entre ser diputado o continuar como miembro de la dirección de una empresa pública (art. 57), etc. Detallismo, pero silencio sobre los deberes tributarios. Y, aún más sonoro, cuando calla sobre la exigencia de un sistema tributario justo. El artículo 78 regula la exigencia de Ley para establecer y recaudar impuestos, pero se olvida especificar el criterio de justicia para distribuir la carga tributaria. Nada parecido, ni de lejos, a nuestro artículo 31 que dispone que “todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.” Como si de una suerte de compensación se tratase, en la Constitución griega se dispone que “no está permitido que la iniciativa económica privada se desarrolle en detrimento de la libertad y de la dignidad humana, ni en perjuicio de la economía nacional” (art. 106.2). Sabemos lo que significa y lo que ha implicado. No hay referencia a una sistema tributario justo. En cambio, más intervención. Menos libertad.

La Constitución refleja la distancia que hay entre Grecia y España. En muchas cosas. Hay una que se ha revelado esencial: un sistema tributario justo. No voy a reproducir todo lo dicho sobre el fraude fiscal en Grecia. Es conocido que la ciudadanía se construye a partir del pago de los impuestos. El ciudadano contribuyente es el exigente en cuanto a la administración de su dinero. Vigilante en cuanto a la corrupción. E indignado frente al derroche. Es nuestro dinero el que debe ser administrado con eficacia, eficiencia y honradez. Es algo que estamos aún aprendiendo entre nosotros pero que se va consolidando. A mi juicio, la indignación contra la corrupción tiene varias vertientes. Una de ellas es la responsabilidad fiscal. Acentuada cuando la presión tributaria se ha incrementado, al mismo tiempo que los ingresos familiares disminuían por la crisis. La sensación de robo se incrementa. Es nuestro dinero, escaso y difícil de obtener. Los corruptos nos roban. A partir de aquí, la exigencia. La interrelación entre derechos y deberes que construye el estatus civitatis. Pago, luego exijo. Creo que el triunfo de Syriza nada va a cambiar entre nosotros. El efecto contagio no es posible cuando la distancia es tan grande. El Estado griego no es equiparable al nuestro. Ni tampoco los valores de la ciudadanía me parece que sean equivalentes. Las reformas que precisan no son las que nosotros necesitamos. Las que los ciudadanos reclaman entre nosotros se pueden hacer y se deben hacer sin implicar un cambio de régimen. El nuestro está lo suficientemente asentado, fortalecido, paradójicamente, por el cómo se ha salido de la Gran Recesión. Se necesitan cambios. Y muchos. Para impulsarlos no es imprescindible entregar las riendas del poder al populismo izquierdista. Al contrario.

(Expansión, 27/01/2015)

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