Un ejemplo práctico, curioso, de la preemption federal o la primacía federal con capacidad para desplazar la legislación de los Estados es la relativa a la prohibición del foie gras por parte del Estado de California. Un juez federal (noticia aquí) ha sentenciado que la prohibición era contraria a la legislación federal (Poultry Products Inspection Act) por lo que esta tiene primacía sobre aquella: "California's ban on foie gras is preempted by the federal Poultry Products Inspection Act". Esta tiene primacía y desplaza a aquella. No hay, en teoría, anulación, sino pérdida de eficacia, razón por la que la Sentencia encarece al Estado que deje de aplicar la prohibición. El problema constitucional que se plantea no es sólo el indicado, el de la mecánica de la preeminencia de la legislación federal sobre la estatal, sino cuándo aquella tiene tal efecto sobre ésta. El criterio, en este caso, y en otros, es el de la cláusula de comercio entre Estados. La prohibición del foie gras tiene un efecto sobre dicho comercio, impide la libre circulación y, con independencia de la importancia del tráfico, es suficiente para que la legislación federal pueda desplazar la legislación estatal.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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