La columna de este martes en Expansión está dedicada a la Sentencia del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas de 10 de abril de 2008 (Asunto Deutsche Telekom v. Comisión). El interés de esta Sentencia radica en el conflicto entre la regulación europea y la regulación nacional en relación con las conductas anticompetitivas prohibidas por el artículo 82 del Tratado. Mientras que el regulador alemán no encontró, al contrario, que DT hubiese incurrido en una conducta prohibida, por lo que le autorizó unos precios máximos y no le prohibió otros precios mínimos para sus servicios minoristas, la Comisión y ahora el Tribunal encuentran que DT incurrió en compresión de márgenes para impedir o eliminar la competencia (al ofrecer precios mayoristas superiores a los minoristas que ofrece DT a sus clientes). Además, esta apreciación no puede verse alterada (y por consiguiente legitimado el comportamiento de DT) por la autorización del regulador nacional. El resultado no puede ser más absurdo: lo que el regulador nacional autoriza puede ser objeto de sanción por el regulador europeo e, incluso, lo que este permite podría ser objeto de sanción por el reguador nacional (caso, por ejemplo, de unos precios minoritas superiores a los autorizados para reducir o eliminar la compresión de márgenes). Creo que sería conveniente crear un sistema regulatorio europeo en materia de telecomunicaciones para eliminar estas situaciones y aportar seguridad a todos.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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