El diario Expansión publica en el día de hoy un interesante artículo de A. Greenspan sobre la burbuja inmobiliaria y sus consecuencias financieras. Una afirmación me parece reveladora. Afirma el antiguo presidente de la FED ("el mejor banquero central de los últimos tiempos", según M. Wolf, en un artículo también publicado en el mismo periódico) que "el problema no es la falta de regulación, sino las expectativas poco realistas sobre lo que los reguladores son capaces de prever." Y añade: "¿Cómo se puede explicar si no que la Autoridad de Servicios Financieros británica, conocida por su efectividad, no fuera capaz de evitar la crisis de Northern Rock? Incluso los mejores expertos de EEUU en la materia han fracasado durante todos estos años." Hasta ahora se había hablado de las expectativas irracionales de los mercados. Ahora también podemos hablar de las expectativas irracionales de los mercados sobre los reguladores y de los reguladores sobre sí mismos. Ni los reguladores, ni los expertos son tan capaces para prevenir problemas como el actual. No es un problema de más poderes. Es un problema más complejo y de difícil solución que combinaría elementos psicológicos con los conflictos de intereses. La reflexión que queda en el aire es ¿qué es lo que se puede hacer desde la regulación? ¿nada?
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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