Provocación es una acción pensada en el “otro”. Según las tres definiciones recogidas en el Diccionario de la Lengua Española, es el “otro” el que dilucida la acción. Es el “otro” el que sufre la consecuencia de la acción, el que reacciona de manera enojada, y el que se excita sexualmente. El “otro” es el importante; no habría provocación si nada hiciera, ni se enojara, ni se excitara.
Cuando oigo hablar de provocación pienso en una mujer con minifalda. Cuántas veces hemos tenido que oír, cuando se habla de violación, que la mujer la provocó con su atuendo. La repugnancia que me produce es equivalente a la que ahora siento cuando oigo, incluso, a ministros del Gobierno de Sánchez calificar como provocación el acto del pasado domingo en Alsasua.
Me siento, igualmente, como una mujer violada que tiene que aguantar que los machistas irredentos me tengan que decir qué falda vestir o qué hacer o decir para evitar que los violadores atropellen mi libertad.
El pasado domingo estuve en Alsasua. Después de 10 horas en autobús y unas dos horas de acto, pude vivir uno de los eventos más emocionantes en los que he participado.
Entendí que lo debía hacer. Como tantos otros, había que salir de lo que ahora se denomina “zona de confort” y ejercer mi libertad a expresar lo que considero oportuno, conveniente y necesario en el lugar que considero oportuno, conveniente y necesario. Señores del Gobierno a esto se le llama libertad.
Que en el año 2018 tengamos que recordar lo que es la libertad, realmente, aterra. Y que lo tengamos que hacer, incluso, ante el Gobierno, aún más. La cultura autoritaria está tan profundamente arraigada que se asume con naturalidad cuando se alcanzan los atributos del poder. Basta con ser gobernante para que la tradición del atropello a los derechos se admita con naturalidad. Parece que al sentarse en los sillones del consejo de ministros y por vías no precisamente honorables, se pasen a aceptar conceptos, ideas, y razones que se pierden en la noche de los tiempos de nuestra autoritaria Historia.
No se ha asumido que la libertad se ejerce y se disfruta sin pensar en el otro; porque es mi libertad, no la del otro. Y precisamente porque es mi libertad, la ejerzo donde quiero y como quiero. Si tuviese que preguntarle al “otro” sobre la conveniencia de ejercerla, ya no sería mi libertad, sería la de los machistas, la de los violadores, la de los filoetarras, la de los tiranos de toda calaña y condición.
Explicar estas cosas, a estas alturas del siglo, después de 40 años de Constitución, entristece y aterra. Nuestros gobernantes siguen si enterarse. ¿Cuándo y dónde en una democracia que se precie de tal, la libertad está condicionada a la oportunidad? Si se extendiese este argumento, si se aplicase el criterio de la generalización, se acabaría con la libertad. ¿Acaso han pensado que este mismo argumento conduciría a que Franco no fuera extraído de su fosa, o que las mujeres no pudieran reivindicar sus derechos, o que el colectivo LGTBi no pudiera reclamar los suyos, porque siempre habría un “otro” que se sentiría dañado o perjudicado, o enojado?
Mi libertad es mi libertad, no la de los filoetarras que nos recibieron, amenazaron e insultaron en Alsasua. Si no les gustaba el acto, muy fácil lo tenían, irse de copas, jugar al fútbol o lo que tal vez les habría resultado de aprovechamiento: leer un libro.
Mi libertad fue posible gracias a la Guardia Civil. Impresiona la profesionalidad de unas personas que se entregan a la tarea de garantizar la libertad de todos los que decidimos expresar nuestro rechazo a la intolerancia en cualquier parte del territorio nacional, sea Cataluña o Navarra. Unos profesionales que sufrieron esa intolerancia hace algún tiempo en Alsasua; como en otras partes, se considera que en nombre de una patria imaginada se puede apalear a personas simplemente porque son guardias civiles, o son constitucionalistas.
El poder es quien quiere decidir cuáles son las ideas que se pueden expresar y cuáles se han de rechazar porque son provocadoras. En definitiva, es el Gobierno el que quiere poner en manos del “otro” la libertad de cada uno. Según parece, a partir de ahora, habrá que preguntarle qué libertad se puede ejercer, cuándo y dónde. Porque ya no es mi libertad, sólo la habrá si los filoetarras y demás nacionalistas no se incomodan.
Cuando se dice que mi libertad es una provocación, se olvida que es mi libertad y el “otro” es irrelevante. Se quiere desdeñar que España es un Estado democrático de Derecho en el que, como dice su artículo 1, uno de sus valores superiores es, precisamente, el de la libertad; uno de los que 40 años después, mantiene una lozanía extraordinaria frente a tanto tirano de vocación.
Cuando oigo hablar de provocación pienso en una mujer con minifalda. Cuántas veces hemos tenido que oír, cuando se habla de violación, que la mujer la provocó con su atuendo. La repugnancia que me produce es equivalente a la que ahora siento cuando oigo, incluso, a ministros del Gobierno de Sánchez calificar como provocación el acto del pasado domingo en Alsasua.
Me siento, igualmente, como una mujer violada que tiene que aguantar que los machistas irredentos me tengan que decir qué falda vestir o qué hacer o decir para evitar que los violadores atropellen mi libertad.
El pasado domingo estuve en Alsasua. Después de 10 horas en autobús y unas dos horas de acto, pude vivir uno de los eventos más emocionantes en los que he participado.
Entendí que lo debía hacer. Como tantos otros, había que salir de lo que ahora se denomina “zona de confort” y ejercer mi libertad a expresar lo que considero oportuno, conveniente y necesario en el lugar que considero oportuno, conveniente y necesario. Señores del Gobierno a esto se le llama libertad.
Que en el año 2018 tengamos que recordar lo que es la libertad, realmente, aterra. Y que lo tengamos que hacer, incluso, ante el Gobierno, aún más. La cultura autoritaria está tan profundamente arraigada que se asume con naturalidad cuando se alcanzan los atributos del poder. Basta con ser gobernante para que la tradición del atropello a los derechos se admita con naturalidad. Parece que al sentarse en los sillones del consejo de ministros y por vías no precisamente honorables, se pasen a aceptar conceptos, ideas, y razones que se pierden en la noche de los tiempos de nuestra autoritaria Historia.
No se ha asumido que la libertad se ejerce y se disfruta sin pensar en el otro; porque es mi libertad, no la del otro. Y precisamente porque es mi libertad, la ejerzo donde quiero y como quiero. Si tuviese que preguntarle al “otro” sobre la conveniencia de ejercerla, ya no sería mi libertad, sería la de los machistas, la de los violadores, la de los filoetarras, la de los tiranos de toda calaña y condición.
Explicar estas cosas, a estas alturas del siglo, después de 40 años de Constitución, entristece y aterra. Nuestros gobernantes siguen si enterarse. ¿Cuándo y dónde en una democracia que se precie de tal, la libertad está condicionada a la oportunidad? Si se extendiese este argumento, si se aplicase el criterio de la generalización, se acabaría con la libertad. ¿Acaso han pensado que este mismo argumento conduciría a que Franco no fuera extraído de su fosa, o que las mujeres no pudieran reivindicar sus derechos, o que el colectivo LGTBi no pudiera reclamar los suyos, porque siempre habría un “otro” que se sentiría dañado o perjudicado, o enojado?
Mi libertad es mi libertad, no la de los filoetarras que nos recibieron, amenazaron e insultaron en Alsasua. Si no les gustaba el acto, muy fácil lo tenían, irse de copas, jugar al fútbol o lo que tal vez les habría resultado de aprovechamiento: leer un libro.
Mi libertad fue posible gracias a la Guardia Civil. Impresiona la profesionalidad de unas personas que se entregan a la tarea de garantizar la libertad de todos los que decidimos expresar nuestro rechazo a la intolerancia en cualquier parte del territorio nacional, sea Cataluña o Navarra. Unos profesionales que sufrieron esa intolerancia hace algún tiempo en Alsasua; como en otras partes, se considera que en nombre de una patria imaginada se puede apalear a personas simplemente porque son guardias civiles, o son constitucionalistas.
El poder es quien quiere decidir cuáles son las ideas que se pueden expresar y cuáles se han de rechazar porque son provocadoras. En definitiva, es el Gobierno el que quiere poner en manos del “otro” la libertad de cada uno. Según parece, a partir de ahora, habrá que preguntarle qué libertad se puede ejercer, cuándo y dónde. Porque ya no es mi libertad, sólo la habrá si los filoetarras y demás nacionalistas no se incomodan.
Cuando se dice que mi libertad es una provocación, se olvida que es mi libertad y el “otro” es irrelevante. Se quiere desdeñar que España es un Estado democrático de Derecho en el que, como dice su artículo 1, uno de sus valores superiores es, precisamente, el de la libertad; uno de los que 40 años después, mantiene una lozanía extraordinaria frente a tanto tirano de vocación.
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