El escenario de la crisis de las dos principales entidades del mercado hipotecario secundario americano (Fannie Mae y Freddie Mac) nos ofrece una nueva oportunidad de repensar la relación entre el Estado y el mercado. Sobre esta cuestión se está comenzando a polemizar en Estados Unidos (vid. artículo de Goodman en The New York Times) Se subraya que en la catedral del libre mercado, el Estado tenga que asumir el protagonismo que se atribuye para salvar a estas dos entidades. Cuando el viento sopla a favor del mercado, el Estado es un peligro. Cuando sucede lo contrario como ahora, el Estado es el salvador. No es coherente el razonamiento de los conservadores. Tampoco es coherente el razonamiento de los socialistas puesto que la defensa de la intervención estatal en toda circunstancia conduce a la justificación, sin más, de la intervención en el momento presente. Tal vez, es necesario repensar el papel del Estado como moderador del mercado tanto en momentos de euforia como en los momentos de penalidad. Esta suerte de equilibrio que mantenga al mercado en una suerte de mediocridad, en la medianía, que lo estabilice entre los dos extremos. Sin embargo, este papel es muy complejo de ejecutar en la práctica porque nunca será entendido. Cuando hay euforia no se entenderá porque hay que moderar cuando todo va aparentemente tan bien. Cuando hay crisis tampoco se entiende porque hay que intervenir moderadamente porque tampoco se entenderá la pasividad frente al dolor de algunos. En definitiva, la prudencia, la intervención prudente y prudencial, de equilibrio entre los dos extremos es tan necesaria como criticada. Parece lógico sostener que no es políticamente correcta. Los políticos, preocupados por su rentabilidad electoral, no están capacitados para esta intervención prudencial. Al final, como ha sucedido en Estados Unidos, priman los hechos sobre la ideología.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
Comentarios
Publicar un comentario