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La crítica de Weiler al nacionalismo

Ayer día 3 de noviembre el diario ABC publicaba uno de los artículos más lúcidos que he leído en mucho tiempo. Esos artículos que te cortan el aliento; te quedas en un estado de suspensión y luego de euforia. Hacía tiempo que no lo sentía. En un mundo del descreimiento más absoluto y bajo la tortura de lo políticamente correcto te reconforta encontrar artículos como el de Joseph H. H. Weiler titulado "Independencia y Unión Europea. Al menos, es mi caso. Es muy importante, por un lado, por quién lo dice. Uno de los grandes profesores de Derecho norteamericanos de la New York University que se ha dedicado con particular éxito al tema de la integración europea. Su biografía (Joseph H. H. Weiler), así como la información académica (Biography) nos ofrece un retrato de la importancia de la opinión que expresa este reputado jurista. Y, por otro, lo que afirma, con la legitimidad de una persona particularmente sensibilizada con el nacionalismo y sus aberrantes consecuencias. En sus ideas late no sólo una reflexión jurídica sino, fundamentalmente, moral. El debate que alienta contra el secesionismo lo sitúa en este terreno de los valores. Y en este terreno, Weiler es categórico denunciando aquellos que laten tras el secesionismo catalanista. A tal fin, los va desmontando sucesivamente hasta dejarlos reducidos a "una forma de euro-tribalismo irredento que contradice los más profundos valores y necesidades de la Unión".

En primer lugar, la vuelta al pasado, al de la limpieza étnica:
"la cuestión no es solo qué derechos existen y cuáles son las normas aplicables. Es simplemente desmoralizante desde un punto de vista ético contemplar cómo casos como el de Cataluña nos devuelven al principio del siglo XX, a la mentalidad de posguerra, cuando la noción de que un único Estado podía abarcar más de una nacionalidad parecía imposible —de ahí la profusión de tratados específicos sobre minorías durante la desaparición de los imperios otomano y austro-húngaro." Es la "lógica venenosa de la pureza nacional y la limpieza étnica." 
En segundo lugar, el egoismo que se oculta tras la carta de Franco:

"jugar «la carta de Franco» como justificación para la secesión es solo una hoja de parra para tapar un egoísmo económico y social seriamente equivocado, un orgullo excesivo cultural y nacional y la ambición desnuda de los políticos locales. Además, va diametralmente en contra del sentido histórico de la integración europea."
En tercer lugar, la dimensión del principio democrático: ¿quién es el demos?
"¿Por qué habrían ser los catalanes, y no el conjunto de ciudadanos españoles los que puedan decidir la ruptura de su reino? No hay una respuesta evidente a esta pregunta. Yo argumentaría que solo bajo condiciones de verdadera represión política y cultural se puede presentar de modo convincente el caso para un referéndum regional. Con su extenso (aunque profundamente defectuoso) Estatuto de Autonomía, los argumentos catalanes a favor de la independencia producen risa y son imposibles de ser tomados en serio; argumentos que además abaratan y resultan insultantes ante otros casos meritorios, aunque inconclusos, como el de Chechenia."
En cuarto lugar, los valores alentados por el secesionista son contrapuestos a los valores de la Unión:
"¿Por qué habría de resultar de interés incluir en la Unión a una comunidad política como sería una Cataluña independiente, basada en un «ethos» nacionalista tan regresivo y pasado de moda que aparentemente no puede con la disciplina de la lealtad y solidaridad que uno esperaría que tuviera hacia sus conciudadanos en España? La propia petición de independencia de España, una independencia de la necesidad de gestionar las diferencias políticas, sociales, económicas y culturales dentro de la comunidad política española, independencia de la necesidad de resolver diferencias y trascender el momento histórico, descalifica moral y políticamente como futuros Estados miembros de la Unión Europea a Cataluña y a otros casos parecidos.
En quinto lugar, Europa no puede alentar estas ideologías tan contrarias a sus valores:
"Europa no debería ser vista como un nirvana para esa forma de euro-tribalismo irredento que contradice los más profundos valores y necesidades de la Unión.
En sexto lugar, no hay ni puede haber pertenencia automática a la Unión:
"La presunción de una pertenencia automática a la Unión debería ser rechazada de forma decisiva por aquellos países que sufren la amenaza de una secesión, o, si sus líderes, por razones políticas internas no tienen coraje para decirlo, por la propia Unión u otros Estados miembros, con Francia a la cabeza." "Sería enormemente irónico que el proyecto de pertenencia a la Unión acabase creando un incentivo que diese sentido a la desintegración política."
En séptimo lugar, "al buscar la separación, Cataluña estaría traicionando los mismos ideales de solidaridad e integración humana sobre los que se fundamenta Europa."

En el terreno de los valores, el secesionismo muestra unos valores contrapuestos a los que han servido de soporte a la Unión. Y estos valores son los que le han de impedir el ingreso en la Unión. Podrán tener éxito, pero no podrán tenerlo para cambiar los pilares éticos sobre los que se organiza una Unión de Estados democráticos y de Derecho. Y contra estos pilares no puede alzarse la comprensión estrecha de la secesión como una decisión de unos con exclusión de la de los otros. Todos los afectos, porque todos tenemos mucho que perder, estamos democráticamente legitimados para participar en la decisión. No hay, no es posible, ni jurídica ni democráticamente, la secesión unilateral. Los valores de la Unión no pueden servir de soporte a la separación. No podría ser más irónico que los valores de la Unión pudieran servir para la des-unión de España. Es una más de las contradicciones del secesionista. Weiler las ha expuesto con determinación y claridad. Una lección más del reputado jurista gran conocedor de la integración Europea. 

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