Ayer asistí al debate organizado por la Fundación Caja Extremadura y el Centro de Estudios Fundación Presidente Rodríguez Ibarra sobre la Organización territorial del Estado. Muy interesante lo que se dijo y, sobre todo, lo que no se dijo. Hay algunas cosas que me irritan: el cinismo de algunos (como los nacionalistas catalanes que hablan de "su" Cataluña como si fuese la única verdadera) y que nadie quiera hablar con claridad. Nadie se atreve a decir lo que, para aquellos que estamos en las trincheras, resulta evidente: una reforma constitucional en España tiene un límite político indudable: la dramática pérdida de legitimidad. Esto puede suceder tanto si la reforma se somete a referéndum como si no se somete a referéndum. Si se somete a referéndum hay un riesgo de que no sea aprobada por vascos y catalanes y si no se somete a referéndum precisamente porque no cuenta con la legitimación de los ciudadanos. En tal caso, el resultado, la nueva Constitución sería aún más débil que la anterior, la que se pretende substituir. Es un tema muy delicado. Un tema político en el que se juega la fortaleza del Estado. ¿Qué sucedería si la reforma no es aprobada por vascos y catalanes, lo que no es una hipótesis descabellada? Se habría reduplicado el problema hasta el extremo de abocar a la propia extinción del Estado según lo concebimos. Se habría facilitado, en consecuencia, una nueva oportunidad a los nacionalistas vascos y catalanes para escenificar su "separación" de España. Antes de dar este paso habrá que estar muy seguro del resultado. Ante la duda, mejor que no se haga. Esta es la cuestión crítica. La otra opción, una reforma sin referéndum provocaría un resultado, en términos políticos y sociales, como el que hemos visto con la reforma del artículo 135 CE: nadie se ha enterado y nadie le ha dado ninguna importancia. Una reforma condenada a la insignificancia, social y política, no es una reforma, es un desastre. Y lo es porque la Constitución reformada es aún más débil que la Constitución que se pretende reformar. Mucho cuidado. ¡Precaución querido conductor!, como decía la canción. Precaución. La reforma puede ser un arma que carga el diablo. El resultado podría ser aún peor. Ante este riesgo, tal vez, habrá que ensayar otras fórmulas de reforma sin modificar el marco jurídico-constitucional. Tal vez es la única opción realista.
Ayer asistí al debate organizado por la Fundación Caja Extremadura y el Centro de Estudios Fundación Presidente Rodríguez Ibarra sobre la Organización territorial del Estado. Muy interesante lo que se dijo y, sobre todo, lo que no se dijo. Hay algunas cosas que me irritan: el cinismo de algunos (como los nacionalistas catalanes que hablan de "su" Cataluña como si fuese la única verdadera) y que nadie quiera hablar con claridad. Nadie se atreve a decir lo que, para aquellos que estamos en las trincheras, resulta evidente: una reforma constitucional en España tiene un límite político indudable: la dramática pérdida de legitimidad. Esto puede suceder tanto si la reforma se somete a referéndum como si no se somete a referéndum. Si se somete a referéndum hay un riesgo de que no sea aprobada por vascos y catalanes y si no se somete a referéndum precisamente porque no cuenta con la legitimación de los ciudadanos. En tal caso, el resultado, la nueva Constitución sería aún más débil que la anterior, la que se pretende substituir. Es un tema muy delicado. Un tema político en el que se juega la fortaleza del Estado. ¿Qué sucedería si la reforma no es aprobada por vascos y catalanes, lo que no es una hipótesis descabellada? Se habría reduplicado el problema hasta el extremo de abocar a la propia extinción del Estado según lo concebimos. Se habría facilitado, en consecuencia, una nueva oportunidad a los nacionalistas vascos y catalanes para escenificar su "separación" de España. Antes de dar este paso habrá que estar muy seguro del resultado. Ante la duda, mejor que no se haga. Esta es la cuestión crítica. La otra opción, una reforma sin referéndum provocaría un resultado, en términos políticos y sociales, como el que hemos visto con la reforma del artículo 135 CE: nadie se ha enterado y nadie le ha dado ninguna importancia. Una reforma condenada a la insignificancia, social y política, no es una reforma, es un desastre. Y lo es porque la Constitución reformada es aún más débil que la Constitución que se pretende reformar. Mucho cuidado. ¡Precaución querido conductor!, como decía la canción. Precaución. La reforma puede ser un arma que carga el diablo. El resultado podría ser aún peor. Ante este riesgo, tal vez, habrá que ensayar otras fórmulas de reforma sin modificar el marco jurídico-constitucional. Tal vez es la única opción realista.
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