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Crisis de la política

Ha causado un enorme estupor entre la denominada clase política que sea considerada, en la última encuesta del CIS, como el tercer problema más grave de España por casi el 27 por 100 de los encuestados. Este resultado se suma al descrédito que, incluso, ha salido a la calle y se ha expresado violentamente. Hoy, la política y los políticos, no son envidiados, son, más bien, odiados. Es un término duro; una expresión altisonante pero expresiva de un malestar, además, transversal: no tiene un color político determinado tanto como que se proyecta sobre todos, absolutamente, todos, los políticos y de todos los partidos. ¿Por qué? En los últimos tiempos hemos podido leer distintos análisis (Guerra de élites: por qué financieros y políticos desconfían unos de otros). Incluso, se ha acuñado una expresión confusa ("élites extractivas") que se aplica no sólo a los políticos sino también a los financieros. Es significativo que en Estados Unidos son estos los que se ganan el apelativo social de grupo odioso. Los salarios estratosféricos que ganan los empleados de Wall Street que esta semana, una vez más, venteaba la prensa, alimentan el odio. Los políticos en España y los financieros en Estados Unidos. En el análisis presentado en España se les une alrededor de la consideración de grupos sociales que extraen renta producida por otros. Me parece exagerado. Si los políticos no existiesen habría que inventarlos. En el caso de los financieros, probablemente, se podría decir lo mismo. También desarrolla su función social importante de la que no podamos prescindir. Esto no quita para reconocer que dicha función podrían desarrollarla con mayor eficacia. Nos movemos en otras coordenadas. Ya no se trata de suprimirlos cuanto de reformarlos para que lleven a cabo su importante función de la manera más eficiente. En el caso de los políticos, este canon es difícil de establecer. La eficiencia de la política significa que resuelven los problemas asociados a la crisis económica ya y con el mínimo sacrificio posible. El tema del recorte de los gastos públicos. Vuelve a aparecer. Como ya he dicho en otra ocasión, la gestión de la crisis topa con la dificultad de que estos gastos se han patrimonializado como derechos. Recortar gastos significa recortar derechos. Y esto es aún más difícil de gestionar que aquellos. El tiempo es otra dimensión añadida. La solución ya: recortar gastos con el mínimo sacrificio que, además, es de derechos y para alcanzar de manera inmediata la solución. Aquí nos encontramos con otra cuestión no menos importante: ¿cuál es la solución? Cada día nos despertamos con una. Hoy, entre los economistas, se apunta una única solución (para alcanzar la solución definitiva, entiendo): que España pida el rescate y que lo haga ya. Es irrelevante, para estos entendidos, los sacrificios humanos que esta medida pueda suponer. Es irrelevante. El dolor no se puede incluir en la tabla de Excel por lo que no cuenta. Es prescindible. Y no sólo el dolor. Qué supondrá para la Historia de España atravesar este traumático proceso que se traduce en la imposición de más y más condiciones (como se está viendo en los países intervenidos) sin tener en cuenta las consecuencias sociales de las mismas. La política también tiene sus tiempos y también tienes sus prioridades. Si las soluciones que se ofrecen, sobre todo, la indicada, no sólo no coincide con aquellas coordenadas de la política sino que además está sombreada por las dudas, parecería más razonable seguir actuando como se está haciendo a la espera de que las medidas adoptadas, muchas y muy importantes, comiencen a dar sus frutos. La política no puede incrementar su desprestigio cuando no sólo no alcanza las soluciones demandadas por los ciudadanos sino que, además, los caminos que emprende la alejan de las esperanzas de estos.

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