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Bloqueo

La situación que se vive en Cataluña es inédita, pero, sobre todo, sorprendente por absurda. El procés comenzó mal, se desarrolló peor y terminará en tragicomedia. Nadie quiere ser el Judas que lo entierre.

Puigdemont y su partido, Junts per Catalunya, empujan a ERC a asumir ese papel que, como una pesada carga, lastrará su progresión electoral. ERC no lo quiere asumir, por sus consecuencias, mas tampoco puede aceptar el riesgo de unas nuevas elecciones en las que sus resultados podrían empeorar.

El procés es secundario. Lo único importante es el poder: quién detentará la mayoría y el liderazgo en el bloque secesionista. Que el principal escollo de la negociación sea el control de TV3 es significativo. El control de la maquinaria de información y propaganda dirigidas a la mayoría social independentista. El pluralismo informativo es irrelevante; es secundario. Se trata de comunicar los mensajes adecuados a los fieles del procés. ¿Pero cómo se les explicará el fracaso y, sobre todo, las responsabilidades?

España es la culpable de todo por la “represión” y los encarcelamientos de sus líderes. Y, las eventuales condenas, su confirmación. España y sólo España. Hay que ocultar, silenciar la traición del Judas “indepe”; lo que interesa son la prisión y las condenas, porque así se ocultará la perfidia en el campo amigo.

Mientras tanto, Tabarnia se manifiesta. Es la respuesta constitucionalista. En clave de humor, de jolgorio. Desde el momento en que a los secesionistas se les ha arrebatado la sonrisa, la derrota se comienza a vislumbrar.

No es probable que, en el corto plazo, se produzcan grandes cambios electorales. La mayoría pergeñada en casi cuarenta años de control de las instituciones sociales, económicas, culturales, educativas y políticas catalanas por el nacionalismo no va a cambiar en unos meses de 155. Es imposible. Se necesita tiempo, mucho tiempo.

El procés ha conseguido escenificar su derrota. Por un lado, ha mostrado la imposibilidad de hacer realidad el sueño prometido. Y, por otro, ha levantado al actor que la materializará: los desafectos al régimen, al secesionismo, han tomado conciencia de que no son una minoría, ni unos desarraigados, ni unos traidores. Sobre todo, han tomado conciencia de que, mientras ellos resistan, la secesión no será posible.

Tabarnia es la expresión lúdica de que la secesión no será posible porque una mayoría de catalanes, aquellos que no son secesionistas, la impedirán. Mientras haya un 50 por 100 de catalanes que no participen de la ruptura con España, ésta no se producirá. Al nacionalismo sólo le quedaría el camino de la violencia. Que algunos están dispuesto a transitarlo, lo demostraron durante el 1-O.

Todo lo que la Guardia Civil está descubriendo de los Mossos y de los dirigentes del procés, es el relato de la determinación de una minoría en conseguir la independencia a cualquier precio, atropellando incluso los derechos de los adversarios. Si es necesario, se les espía y, llegado el momento, ¿se les “neutraliza”?

Hay una comunidad objetiva de intereses. Unas nuevas elecciones son malas, muy malas para ERC pero también para el PP. La recuperación de la normalidad institucional, cuanto antes, es buena tanto para los unos como para los otros. En esa entente, objetiva, la aplicación de un 155 suave es una pieza esencial. En estos meses, hemos visto cómo se toleraban ciertos hechos ofensivos para el Estado democrático de Derecho, para no tensar la situación; el apaciguamiento para tender puentes con ERC.

Pero, y aquí hay un pero muy importante, el coste que tendrá que asumir ERC será una muy pesada losa que, incluso, puede comprometer su propia capacidad de futuro. Ser un Judas, en la dinámica fanática alimentada por el procés, es una carga que muy difícilmente se podrá redimir.

El único camino: que continúe el bloqueo hasta el último minuto. Se pondrá en marcha el reloj de los dos meses hasta la convocatoria electoral, se intentarán nuevas investiduras, hasta que … en el último minuto, sólo quedará una única viable. Ahora bien, esta estrategia dependerá de que Puigdemont la quiera asumir.

Es perfectamente razonable que quiera seguir alimentando la ruptura, empujando hasta el precipicio, llevando a los suyos hasta el abismo. Su determinación ya la ha demostrado; incluso, sus debilidades no le han conducido a reducir la presión.

En el fondo, espera que ERC ceda y, mientras tanto, sigue trabajando el frente internacional, intenta concitar el apoyo de lo que sea, lo que sea. Cualquier “éxito” en este campo es saludado como una victoria estratégica.

Mientas los secesionistas esperan a Judas, los constitucionalistas deberían pergeñar un proyecto para la Cataluña constitucionalista que prescinda de los complejos y, sobre todo, maneje tan bien los tiempos como lo han hecho los nacionalistas.

El procés no se acabará ni con un Gobierno de ERC. No hay que esperar a que vuelva la estrategia de adormecimiento de la resistencia interior, mientras siguen trabajando las instituciones de adoctrinamiento y propaganda al servicio de la República.

No hay esperar a que acaben con Tabarnia. Al contrario, el constitucionalismo tiene una oportunidad histórica para acabar con el destino de Cataluña escrito por los nacionalista.

(Expansión, 7 de marzo de 2018)

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