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Ingenuidad

Ingenuidad es el término con el que S. Freud califica el cómo los seres humanos viven el presente: “sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos”. Hay también la ingenuidad de la esperanza. Aquello que tanto queremos que nubla el conocimiento hasta edificar una ilusión deseada y perseguida que, con el conocimiento ingenuo del presente, resulta un futuro igualmente ingenuo.

Fuente: Wikipedia
¿Cómo podíamos pensar que 40 años de nacionalismo se podían acabar en una noche del día 21 de diciembre? Ingenuidad del presente e ingenuidad del futuro. Los cambios históricos no son fruto de una noche, sino de procesos tan largos como dramáticos.

El discurso, el relato o la narración nacionalista construida, en su versión política, desde hace más de 100 años, no podía ser substituida por otra, alrededor de una españolidad incluyente, democrática, moderna y europeísta, tras una noche electoral.

Se ha destacado, sobre todo, la mayoría absoluta del independentismo. Es el primer comentario. Y los interfectos lo han blandido hasta la extenuación. Es cierto. Han ganado. La cuestión fundamental no es si han ganado o no, sino ¿qué van a hacer con ese triunfo?

Es ingenuo también pensar que, a la vista del resultado, los secesionistas pueden continuar con su proceso de “implementación” de la República. Viven la realidad del presente con ingenuidad. No ha cambiado nada, pero lo ha cambiado todo.

En primer lugar, no son mayoría. La misma cifra mágica se repite. 2 millones de votos; 2 millones de catalanes siguen considerando que la secesión es la mejor opción. El 47,5 por 100 de los votos. Como así viene siéndolo desde hace 18 años.

No hay ningún precedente, en ningún Estado democrático, en el que con tan bajo porcentaje de votos se pueda tomar en serio la secesión. En las coordenadas constitucionales al uso, plenamente consolidadas, como la de la Ley canadiense de la claridad, el apoyo secesionista está muy lejos de cumplirlas.

En segundo lugar, hay, a su vez, una mayoría de catalanes (otros 2 millones) que han decidido dar el paso al frente y no permanecer callados. No es la mayoría silenciosa de antaño. Ha sido convocada expresamente para pronunciarse en contra de la secesión. Hasta ahora votaban en las elecciones según las claves políticas convencionales. En ésta, en cambio, ha sido llamada a pronunciarse en contra de la independencia. Y lo ha hecho. Sin duda. Este nuevo-viejo actor también lo cambia todo.

En tercer lugar, el independentismo ha ganado, pero ¿qué independentismo lo ha conseguido? Y, sobre todo ¿cuál es el proyecto que pretende ejecutar? El bloque independentista es aún más diverso que el constitucionalista. Agrupan todo el espectro ideológico convencional: desde la derecha extrema hasta anarquistas y anti-sistema. El nacionalismo como ideología es transversal en cuanto al objetivo a alcanzar, a costa de tapar enormes discrepancias en cuanto a las prioridades y el procedimiento para su realización. Si los anti-sistema siguen condicionando la agenda política, las contradicciones internas se incrementarán exponencialmente. El factor aún más distorsionante es el rol de Puigdemont. Sus últimas declaraciones se mueven entre la euforia y la exaltación.

La huida a Bruselas, gesto lleno de cobardía, sólo puede salvarse frente a la Historia, mediante la epopeya: la “restitución” de la legitimidad de un presidente huido, frente a la dignidad de los que han afrontado y afrontan la cárcel. Más radicalidad en las exigencias; más imposibilidad de su realización; más exaltación. Como la última propuesta de diálogo bilateral en territorio neutral como si continuase ejerciendo como president. La negación del 155, del Estado de Derecho; la negación de España frente a un president encumbrado por el designio cuasidivino de las masas. Más combustible a la hoguera de las vanidades. Más dificultades para el campo secesionista.

En cuarto lugar, la Ley y sólo la Ley. A lo largo de los siglos XIX y XX, España estaba torturada por tres graves problemas: la democracia, el progreso económico y social y la organización territorial. Podemos decir, sin complejos, que los dos primeros ya están solucionados. Debemos seguir avanzando, pero no son los problemas del pasado que nos agobian como nación. La Unión Europea ha certificado, con nota, que hemos alcanzado el olimpo democrático de las naciones más avanzadas. Nos falta solventar el otro.

La Ley es un elemento imprescindible de la solución. El Estado de Derecho es un rasgo sobresaliente de la Unión. Sólo dentro y conforme al Derecho los españoles y, en particular, los catalanes, podrán resolver la crisis territorial. Probablemente, a medida que dejemos de hablar de territorios y más de personas, las posibilidades de entendernos se incrementarán exponencialmente.

La mayor libertad para las personas, colocará en segundo plano, a las naciones. Vale tanto para la Unión Europea como para España.

Paradójicamente, la solución al tercer problema pasa, precisamente, por la profundización de los dos primeros en el contexto de la Unión. La “disolución” de los Estados nación en organizaciones cada vez más absorbentes de sus potestades, colocará en un plano secundario a cualquier “comunidad” intermedia.

El Estado de Derecho español ha funcionado y sigue funcionando razonablemente bien. Tanto la coacción estatal (art. 155 CE) como la penal, se aplican según lo establecido, con una prudencia extrema. Es inevitable que, si los 5 huidos a Bruselas pisan territorio español, serán detenidos y llevados a prisión. Esta inevitabilidad hace muy complicada su participación en el Parlament. Cualquier otro escenario sería la confirmación del mito nacionalista de que España cuenta con una democracia de baja calidad.

La gran ironía del momento presente es el de la mentira auto-cumplida: los secesionistas quieren que España se comporte como aquello que detestan y que le imputan (una democracia a la turca) precisamente para “salvar” de la prisión a sus detenidos. Si así fuese, efectivamente, España no sería la representación de la modernidad, la democracia y el progreso, sino la monarquía africana que tanto necesitan para justificar su discurso anquilosado y antiguo.

Y, en quinto lugar, la inseguridad seguirá cotizando en Bolsa, produciendo daños que cada vez más y con mayor intensidad notarán los catalanes. Las empresas continuarán huyendo, así como las inversiones, el turismo... Se socializará el daño producido por los políticos secesionistas. El tiempo incrementará la magnitud del daño y su irreparabilidad.

El secesionismo tiene que gestionar los conflictos con el Estado, tanto o más que las contradicciones en su propio campo. Más y más tensiones hacia un futuro que se desconoce. Implementar la república tiene varias lecturas; tantas como incertezas alimenta el presente. Es el contexto más inapropiado para invertir y para producir. Es posible que lo que el sistema político no ha conseguido transmitir a los ciudadanos, lo consiga la economía; la racionalidad más descarnada del interés frente a la fábula mitológica de una Dinamarca catalana bañada por el mar Mediterráneo.

La ingenuidad es el candor, la falta de malicia con la que se vive la vida vivida, según Freud. Es también el considerar que con un solo acto se puede cambiar una representación de cuarenta años. Tiene, al menos, la fortaleza de mostrar que es posible. Es la revolución de lo fáctico. Se ha demostrado que sí, sí se puede. Una vez es suficiente para comenzar la cuenta atrás. De lo demás, se encargarán los independentistas y sus contradicciones.

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