Una de las denominadas “fraseologías europeas” es la del beso de Judas. Está presente en castellano, inglés, ruso y otros idiomas. Y, siempre, con el mismo significado: la traición.
El beso, ese gesto de amor, de afecto, de cordialidad, de complicidad, … convertido en imagen potente de la perfidia. El próximo, el hermano, el pariente, el que es como nosotros, rompe arteramente el lazo de amor por unas monedas.
Etimológicamente, traidor significa, precisamente, el que entrega (trado; traditio). El que rasga, a cambio de un beneficio, la confianza, el lazo que une, aquello que trenza la seguridad que suelda la solidaridad entre los miembros del grupo.
La traición es el máximo delito. En Atenas, merecía las penas más agravadas, iguales a las del ultraje a los dioses (como, por ejemplo, los ladrones de propiedades sagradas).
No es descabellado el que, al rodearse el emperador romano del atributo de la maiestas, la conexión con los dioses, hizo posible que las injurias o los delitos que sufriese fueran, igualmente, considerados como delitos de traición o delitos de lesa majestad (en Las Partidas de Alfonso X el sabio los define como: "lesae majestatis crimen, tanto quiere decir en romance, como yerro de traycion que faze ome contra a la persona del Rey"). Por este camino ha llegado hasta nosotros (artículos 581 y ss Código Penal).
La traición ataca los pilares sobre los que se edifica la sociedad, el grupo, la comunidad. Esa red de confianza, de seguridades, de previsibilidades, … es la que hace posible que el grupo pueda disfrutar de un poder muy superior al del individuo.
El traidor antepone sus intereses, retribuidos convenientemente, a la conveniencia de la comunidad; lo hace, basándose en el engaño. El beso expresa la magnitud del ardid: el que te quiere te sacrifica porque, en realidad, no te quiere, sólo se quiere a sí mismo. La generalización de este comportamiento haría inviable la convivencia.
Es el crimen más odioso. El pecado más infame. En el Diccionario de autoridades (1732), una de las acepciones del término Judas es: “El que falta traidoramente al amigo, que se confió en dél. Dícese por alusión al apóstol traidor que vendió a Cristo”. El doble elemento, la confianza traicionada y la venta. Las 30 monedas. El pago por haber roto la confianza trenzada por el amor. Y, para mayor inri, el traicionado: Cristo.
Borges, en sus “tres versiones de Judas”, fantasea, en su relato, con la importancia de Judas. Dios, para salvarnos, eligió un ínfimo destino: fue Judas. Esta conclusión no empequeñece, al contrario, la gravedad de la traición. Sólo Dios pudo elegir lo ínfimo, lo más miserable, lo más infame, para salvarnos. Pero fue, lo más infame, lo más miserable.
¿Quién se puede extrañar de que la traición bloquea la solución al reto secesionista? Nadie quiere asumir ser Judas. Puigdemont no quiere ser el Judas de la República; ERC no lo quiere de Puigdemont porque lo sería de la República.
La historia cambia a una velocidad de vértigo. Puigdemont no quiso, a fines de octubre, convocar anticipadamente las elecciones, a pesar de tener firmado el Decreto, porque ERC lo acusó de traidor. La gravedad de la acusación le hizo retractarse. Entre la traición al “poble” y la deslealtad para con aquellos con los que había pactado, ninguna duda: la deslealtad. Y emprendió la huida.
El éxito de convertir un gesto de cobardía en otro de heroísmo tiene en la traición la música y la letra. Nada de traición; heroísmo; sacrificio por el poble. La solución al bloqueo institucional se complica hasta el éxtasis. Ni traición al poble, ni traición al héroe. ERC multiplica sus problemas; sus acusaciones de antaño se le han vuelto lanzas afiladísimas.
El pragmatismo no se puede rendir ni a la traición ni al heroísmo. Cuando el relato se sitúa en el heroísmo, sólo cabe la victoria o la derrota con honor; la negociación es entrega, es traición.
El seny catala está atrapado por el fanatismo. El procés está destruyendo, hasta unos límites desconocidos, la imagen de las virtudes del catalanismo.
Va a arrasar no sólo con la economía, sino con algo aún más difícil de recuperar: el cómo te ven los demás, todos aquellos con los que te relacionas, en particular, haces negocios; la visión que de los catalanes, de su cultura, de sus costumbres, de su forma de ser y de sus instituciones, se tiene fuera de Cataluña. El capital inmaterial está siendo liquidado con una fruición extraordinaria.
El seny catala incluía, entre sus virtudes, la del ahorro; la de la mesura. El procés se está comportando como un manirroto, un pródigo que se ha empeñado, con tesón, en liquidar el patrimonio acumulado durante tantos años.
El patrimonio es una categoría extraordinaria en el mundo jurídico (y fuera de él). No es un conjunto de cosas; es algo más y más importante. Es un conjunto de bienes, materiales, pero sobre todo inmateriales, que se deben conservar para su transmisión. Lo que le da sentido es la transferencia; la traditio, la entrega a las generaciones futuras para su disfrute.
El patrimonio debe ser conservado para la transmisión. Sobre las generaciones presentes pesa la responsabilidad de la conservación y mejora. Es el lazo que une a las generaciones; es el amor inter-generacional. Lo que tenemos no es nuestro, es de todos, ese conjunto intemporal de personas, que tienen derecho a disfrutar de todo aquello de lo que hoy disfrutamos.
Es paradójico que esa traditio se está rompiendo; están liquidando el patrimonio. Las generaciones presentes, las imbuidas por el procés, van a entregar a las generaciones futuras, un patrimonio empobrecido.
Bienes materiales e inmateriales mancillados por el fanatismo. Todo es traditio, traición. Traición no entre políticos de segunda, sino a las generaciones futuras. Traidores. El máximo delito que se puede cometer; el que merece el castigo más grave. Traición.
(Expansión, 6 de febrero de 2018)
El beso, ese gesto de amor, de afecto, de cordialidad, de complicidad, … convertido en imagen potente de la perfidia. El próximo, el hermano, el pariente, el que es como nosotros, rompe arteramente el lazo de amor por unas monedas.
Etimológicamente, traidor significa, precisamente, el que entrega (trado; traditio). El que rasga, a cambio de un beneficio, la confianza, el lazo que une, aquello que trenza la seguridad que suelda la solidaridad entre los miembros del grupo.
Fuente: Wikipedia. Beso de Judas, anónimo, siglo XII |
La traición es el máximo delito. En Atenas, merecía las penas más agravadas, iguales a las del ultraje a los dioses (como, por ejemplo, los ladrones de propiedades sagradas).
No es descabellado el que, al rodearse el emperador romano del atributo de la maiestas, la conexión con los dioses, hizo posible que las injurias o los delitos que sufriese fueran, igualmente, considerados como delitos de traición o delitos de lesa majestad (en Las Partidas de Alfonso X el sabio los define como: "lesae majestatis crimen, tanto quiere decir en romance, como yerro de traycion que faze ome contra a la persona del Rey"). Por este camino ha llegado hasta nosotros (artículos 581 y ss Código Penal).
La traición ataca los pilares sobre los que se edifica la sociedad, el grupo, la comunidad. Esa red de confianza, de seguridades, de previsibilidades, … es la que hace posible que el grupo pueda disfrutar de un poder muy superior al del individuo.
El traidor antepone sus intereses, retribuidos convenientemente, a la conveniencia de la comunidad; lo hace, basándose en el engaño. El beso expresa la magnitud del ardid: el que te quiere te sacrifica porque, en realidad, no te quiere, sólo se quiere a sí mismo. La generalización de este comportamiento haría inviable la convivencia.
Es el crimen más odioso. El pecado más infame. En el Diccionario de autoridades (1732), una de las acepciones del término Judas es: “El que falta traidoramente al amigo, que se confió en dél. Dícese por alusión al apóstol traidor que vendió a Cristo”. El doble elemento, la confianza traicionada y la venta. Las 30 monedas. El pago por haber roto la confianza trenzada por el amor. Y, para mayor inri, el traicionado: Cristo.
Borges, en sus “tres versiones de Judas”, fantasea, en su relato, con la importancia de Judas. Dios, para salvarnos, eligió un ínfimo destino: fue Judas. Esta conclusión no empequeñece, al contrario, la gravedad de la traición. Sólo Dios pudo elegir lo ínfimo, lo más miserable, lo más infame, para salvarnos. Pero fue, lo más infame, lo más miserable.
¿Quién se puede extrañar de que la traición bloquea la solución al reto secesionista? Nadie quiere asumir ser Judas. Puigdemont no quiere ser el Judas de la República; ERC no lo quiere de Puigdemont porque lo sería de la República.
La historia cambia a una velocidad de vértigo. Puigdemont no quiso, a fines de octubre, convocar anticipadamente las elecciones, a pesar de tener firmado el Decreto, porque ERC lo acusó de traidor. La gravedad de la acusación le hizo retractarse. Entre la traición al “poble” y la deslealtad para con aquellos con los que había pactado, ninguna duda: la deslealtad. Y emprendió la huida.
El éxito de convertir un gesto de cobardía en otro de heroísmo tiene en la traición la música y la letra. Nada de traición; heroísmo; sacrificio por el poble. La solución al bloqueo institucional se complica hasta el éxtasis. Ni traición al poble, ni traición al héroe. ERC multiplica sus problemas; sus acusaciones de antaño se le han vuelto lanzas afiladísimas.
El pragmatismo no se puede rendir ni a la traición ni al heroísmo. Cuando el relato se sitúa en el heroísmo, sólo cabe la victoria o la derrota con honor; la negociación es entrega, es traición.
El seny catala está atrapado por el fanatismo. El procés está destruyendo, hasta unos límites desconocidos, la imagen de las virtudes del catalanismo.
Va a arrasar no sólo con la economía, sino con algo aún más difícil de recuperar: el cómo te ven los demás, todos aquellos con los que te relacionas, en particular, haces negocios; la visión que de los catalanes, de su cultura, de sus costumbres, de su forma de ser y de sus instituciones, se tiene fuera de Cataluña. El capital inmaterial está siendo liquidado con una fruición extraordinaria.
El seny catala incluía, entre sus virtudes, la del ahorro; la de la mesura. El procés se está comportando como un manirroto, un pródigo que se ha empeñado, con tesón, en liquidar el patrimonio acumulado durante tantos años.
El patrimonio es una categoría extraordinaria en el mundo jurídico (y fuera de él). No es un conjunto de cosas; es algo más y más importante. Es un conjunto de bienes, materiales, pero sobre todo inmateriales, que se deben conservar para su transmisión. Lo que le da sentido es la transferencia; la traditio, la entrega a las generaciones futuras para su disfrute.
El patrimonio debe ser conservado para la transmisión. Sobre las generaciones presentes pesa la responsabilidad de la conservación y mejora. Es el lazo que une a las generaciones; es el amor inter-generacional. Lo que tenemos no es nuestro, es de todos, ese conjunto intemporal de personas, que tienen derecho a disfrutar de todo aquello de lo que hoy disfrutamos.
Es paradójico que esa traditio se está rompiendo; están liquidando el patrimonio. Las generaciones presentes, las imbuidas por el procés, van a entregar a las generaciones futuras, un patrimonio empobrecido.
Bienes materiales e inmateriales mancillados por el fanatismo. Todo es traditio, traición. Traición no entre políticos de segunda, sino a las generaciones futuras. Traidores. El máximo delito que se puede cometer; el que merece el castigo más grave. Traición.
(Expansión, 6 de febrero de 2018)
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